miércoles, 20 de julio de 2011

Domingo XVII del tiempo ordinario - Mt 13, 44-52

Este domingo acabamos el recorrido por el «Discurso en parábolas» del evangelio de Mateo. Deseo que fijemos la atención en dos de estás parábolas, donde Jesús compara el Reino de los cielos con un tesoro escondido y con una perla de inmenso valor.

El Reino de Dios es la gran oportunidad –éste es el mensaje central de las dos parábolas–, el inmenso gozo de encontrar algo único, maravilloso. Es una realidad con la que se pueden encontrar hasta los que no tienen nada. Es aquello que tiene más valor que todo lo que tengo, que todo lo que conozco. Es la ocasión única, ante la que todo lo demás queda relativizado: vale la pena «venderlo todo» para poder adquirirlo. El encuentro con este Reino «llena de alegría»: es lo mejor que me podía haber pasado; es la oportunidad con la que no podía ni soñar. Así es el Reino de Dios.

La pregunta obligada, tanto personal como comunitariamente, es: ¿valoro (valoramos) el Reino de Dios de esta manera? Jesús nos lo propone así; Él está convencido de esta realidad. Las primeras comunidades creyentes lo entendieron de este modo y nos lo dejaron por escrito para que lo leyésemos, lo escuchásemos, nos enamorásemos de este Reino que nos ofrece Jesús. ¿Cuándo pienso en el Reino de Dios; cuándo hablo de él a los demás; cuando me afano por hacerlo presente… estoy convencido que es lo mejor posible, por lo que vale la pena dejarlo todo?

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