martes, 22 de marzo de 2011

La Anunciación del Señor - Lc 1,26-38

Basílica de la Anunciación

El paréntesis de la fiesta de «La Anunciación del Señor» en medio de la Cuaresma nos resulta extraño. Dentro de nueve meses exactamente volveremos a celebrar el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. Esta celebración nos lo recuerda.

¿Podemos, sin embargo, hacer una lectura de esta festividad que encaje en el tiempo litúrgico que estamos viviendo? La Encarnación del Hijo de Dios es el inicio del plan amoroso de Dios realizado en Jesús. Ahora la Cuaresma nos encamina al final de la vida de Jesús: principio y final. Aunque no se puede hablar de final, en el sentido de que ya todo se ha acabado: la resurrección inaugura un nuevo inicio, una nueva realidad. Esta nueva realidad tuvo también su origen en la Encarnación, que hoy festejamos.

María, la madre de Jesús, ocupa un papel importantísimo en esta celebración, en el misterio de la vida, predicación, muerte y resurrección de Jesús. Su sí incondicional: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», posibilitó que el plan de Dios para la Humanidad, realizado en Jesucristo, fuese una realidad.

Cada uno de nosotros y de nosotras ha de asumir su propia responsabilidad en hacer posible que el plan de Dios, la Buena Noticia de Jesús, llegue a todos los rincones, a ejemplo de María.

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