viernes, 25 de marzo de 2011

Domingo III de Cuaresma - Jn 4,5-42


«El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed» Las palabras de Jesús a la mujer samaritana, junto al pozo de Jacob, son enigmáticas tanto para ella como para nosotros. ¿De qué está hablando Jesús? ¿De qué agua y de qué sed?

El ser humano está sediento de muchas cosas; en muchas ocasiones su vida está llena de insatisfacciones, de fracasos, de una felicidad que no llega, de un placer efímero… Y busca (buscamos) cómo paliar todas esas carencias, esa sed que no se sacia y que le produce angustia.

No sé hasta que punto, nosotros y nosotras, discipulado de Jesús, estamos plenamente convencidos que sólo Jesús nos puede dar el agua que apagará plenamente nuestra sed, nuestra búsqueda de sentido, nuestra ansia de felicidad. Más aún, ¿nuestra vida, nuestras palabras, nuestras relaciones sociales o comunitarias transmiten, contagian el gozo de alguien que ha encontrado el sentido pleno a su existencia?

La mujer samaritana y sus conciudadanos tuvieron esa experiencia y su vida cambió. Quizás nosotros estamos demasiado acostumbrados a oír la Palabra de Jesús y «resbala» en nuestro vivir cotidiano. Y nos estamos perdiendo aquel gozo que no tiene fin, el que nuestra vida refleje que hemos encontrado la llave del sentido de la existencia.

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