jueves, 22 de octubre de 2009

Domingo XXX tiempo ordinario - Mc 10,46-52

La súplica que el ciego Bartimeo dirige a Jesús: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí», que leemos-escuchamos en el evangelio de hoy, ha pasado a ser una de las oraciones principales entre los cristianos orientales (y no sólo entre ellos) y es conocida como la «oración del corazón» u «oración del nombre de Jesús». Se repite reiterativamente, de forma letánica, al ritmo de los latidos del corazón. Es una oración que nace de la confianza en Jesús y produce una gran paz interior.

Nuestro personaje, en la narración, interpela persistentemente a Jesús. Está convencido que Jesús puede curarle. Por eso, cuando éste le llama, abandona todo lo que le ata a su situación anterior, «soltó el manto», y lo hace con toda prontitud: «dio un salto y se acercó a Jesús» Su gran fe, su plena confianza, su oración insistente… han hecho posible el «milagro»

Jesús ha conseguido que «vea» y no sólo en un sentido físico. Su recobrar la vista se ha convertido en seguimiento de Jesús: «recobró la vista y lo seguía por el camino». Hemos de descubrir la fuerza de la oración, la confianza en la acción de Dios. El Señor es Alguien próximo, que nos ama hasta el extremo.

1 comentario:

  1. Ciertamente es así, todos tenemos parte de ceguera en nuestra vida. Y cuando de verdad nos encontramos con Jesús en nuestro camino, descubrimos el verdadero AMOR. Entonces nos damos cuenta de la cantidad de cosas que aún nos faltan por llevar a cabo. Por esto nuestra oracion no puede ser otra que solicitar la compasion de Jesús, para que podamos lograr nuestro objetivo.

    Gracias Javier, continua anunciando la Palabra de Dios.

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