jueves, 8 de octubre de 2009

Domingo XXVIII tiempo ordinario - Mc 10,17-30


Siempre me ha llamado la atención esta escena del evangelio de hoy: uno pregunta a Jesús sobre la vida eterna. Hoy sería difícil encontrar a alguien que hiciese esa pregunta. Aunque seguramente la cuestión la podríamos reformular a un lenguaje más actual: ¿qué podría hacer para que mi vida tuviese sentido?; ¿cómo podría ser feliz?; ¿qué valor tiene la existencia?; ¿para qué complicarse la vida, si «esto» son dos días?

Es posible que algunos respondamos a Jesús también de forma similar al de nuestro personaje de la narración: «yo ya soy una buena persona»; «ya me preocupo de mi familia, de los míos e incluso de ayudar a los demás»; «contribuyo económicamente con una ONG»… Y Jesús también nos mirará con cariño, con un amor sincero.

Pero aún falta algo para conseguir la vida eterna, para que nuestras vidas no estén vacías, para que nuestra existencia no sea un ir «tirando» o un «sinsentido». Jesús nos pide que le sigamos, que hagamos nuestra opción existencial, como lo hizo Él. Nuestro corazón aún está dividido entre el amor a las cosas, a lo que poseemos, a nuestras seguridades, al dinero y el seguimiento de Jesús. Sabemos (intelectualmente) que sólo en Jesús y en los valores que predicó encontraremos la felicidad, pero no nos terminamos de fiar (existencialmente). Hemos de dar el paso.

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