martes, 23 de octubre de 2018

Domingo XXX del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 10,46-52

La súplica que el ciego Bartimeo dirige a Jesús: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí», que leemos-escuchamos en el evangelio del domingo, ha pasado a ser una de las oraciones principales entre los cristianos orientales (y no sólo entre ellos) y es conocida como la «oración del corazón» u «oración del nombre de Jesús». Se repite reiterativamente, de forma letánica, al ritmo de los latidos del corazón. Es una oración que nace de la confianza en Jesús y produce una gran paz interior.

Nuestro personaje, en la narración, interpela persistentemente a Jesús. Está convencido que Jesús puede curarle. Por eso, cuando éste le llama, abandona todo lo que le ata a su situación anterior, «soltó el manto», y lo hace con toda prontitud, «dio un salto y se acercó a Jesús» Su gran fe, su plena confianza, su oración insistente… han hecho posible el «milagro»

Jesús ha hecho que «vea» y no sólo en un sentido físico. Su recobrar la vista se ha convertido en seguimiento de Jesús: «recobró la vista y lo seguía por el camino». Hemos de descubrir la fuerza de la oración, la confianza en la acción de Dios. El Señor es Alguien próximo, que nos ama hasta el extremo.

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