martes, 13 de marzo de 2018

Domingo V de Cuaresma, ciclo B - Jn 12,20-33

Está próximo el final trágico de Jesús; Él lo presiente. Pero, su fe inquebrantable en el Padre le hace intuir, le da la certeza de que del sufrimiento y de la muerte puede resurgir vida: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre»

Desde esta perspectiva es comprensible su extraña afirmación: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» Nuestra experiencia y opinión va en otra dirección. Nos cuesta entender que dé fruto, y menos mucho fruto, el dolor y el sufrimiento, la muerte. Pero nuestra fe en la resurrección de Jesús nos proporciona la convicción de que Él tenía razón.

Pero esta perspectiva es exportable a nuestras vidas. El sufrimiento, el dolor y la muerte forman parte de la naturaleza humana. Por más que queramos esconder esta realidad, huir de ella, nos la encontramos en la propia vida, en la de nuestra familia, en los amigos… Jesús nos ofrece otra lectura de estas realidades. No tiene nada que ver con una búsqueda masoquista del dolor. Es aceptar el sufrimiento inevitable, aquel sobre el que no podemos tener control. Comprobar, tener la certeza, de que la enfermedad,  incluso la más incapacitante, el dolor y la muerte tienen un valor, un valor salvífico.  El sufrimiento y la muerte de Jesús, junto con su resurrección lo certifican.

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