Los
acontecimientos de la primera «semana santa» transcurren en un contexto
pascual, la celebración de la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud
(primera lectura): la Pascua judía.
Jesús inaugurará una nueva Pascua, en la que la liberación de toda esclavitud, del mal, del pecado será definitiva y universal. E igual que el acontecimiento pascual judío es conmemorado con una cena familiar, en un entorno cúltico, la muerte y resurrección de Jesús es actualizado alrededor de una mesa (segunda lectura y evangelio), en cada eucaristía.
Jesús inaugurará una nueva Pascua, en la que la liberación de toda esclavitud, del mal, del pecado será definitiva y universal. E igual que el acontecimiento pascual judío es conmemorado con una cena familiar, en un entorno cúltico, la muerte y resurrección de Jesús es actualizado alrededor de una mesa (segunda lectura y evangelio), en cada eucaristía.
La última cena
de Jesús con sus discípulos es vivida en la comunidad eclesial cada vez que nos
reunimos como hermanos, hijos del mismo Padre, en la Eucaristía.
La narración del
evangelio de este jueves santo nos facilita las pistas de las actitudes
necesarias para participar plenamente del encuentro fraternal que es la
celebración de la «Cena del Señor»: amor y servicio. El amor de Jesús llega
«hasta el extremo», hasta dar la vida por nosotros; pero también hasta el extremo
de ponerse a servir, a «lavarnos los pies», él que es «el Maestro y el Señor».
No tenemos
excusa para no tomarnos en serio la actitud de Jesús, proceder que
necesariamente ha de ser la de cada discípulo y cada discípula suyos: «os he
dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo
hagáis».
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