lunes, 21 de noviembre de 2016

Domingo I de Adviento, ciclo A - Mt 24,37-44

Comenzamos un nuevo tiempo de Adviento, de espera de la venida del Señor. Los textos litúrgicos nos invitan a estar preparados, a una actitud de expectativa, de vela, como el centinela que vigila sin dormirse. Pablo, en la carta a los romanos (segunda lectura), nos recuerda que nuestra salvación está «más cerca» y que nuestra vida se debe adecuar a una espera próxima de la venida del Señor. Y esto es una «buena noticia». El evangelio de hoy, en la misma línea, nos invita a estar siempre preparados, a no adormecernos, a vivir en la tensión de la espera del Señor.

Nuestra existencia debe ser una respuesta a la llamada de Jesús, un cambio radical en nuestros criterios y en nuestras actitudes. Es una invitación a salir de la mediocridad y empeñarnos –dentro de nuestras posibilidades– en cambiar las cosas: que el mundo sea más justo; que todos respeten la dignidad de cada persona independientemente de su raza, condición social, sexo o religión–; que cada ser humano considere al otro su hermano, todos hijos del mismo Padre; que nos empeñemos en la tarea de la evangelización...

No podemos «esperar a mañana», porque no sabemos si habrá mañana: Él vendrá sin avisar, como «viene el ladrón». Dice un refrán castellano: «no dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy»

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