lunes, 10 de octubre de 2016

Domingo XXIX del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 18,1-8

Mira que comparar a Dios con un juez inicuo: ¡qué cosas se le ocurrían a Jesús! Nos narra el evangelista la historia de un magistrado que no tenía demasiado interés por la justicia, pero la insistencia machacona de una mujer viuda le hace salir de su letargo y acceder a su petición. Y la parábola nos quiere mostrar cómo ha de ser nuestra oración, nuestra relación con Dios.

La oración, desde esta perspectiva, debe ser «orar siempre, sin desanimarse». Es una oración que nace de la confianza en que Dios siempre hace justicia –no cómo el juez de la parábola–, porque nos ama, porque Él nos ha elegido como hijos e hijas suyos. Pero, desea que se lo pidamos, que nuestra oración no desfallezca, que no perdamos nunca la confianza. Dios está siempre de nuestro lado.

Jesús explica que la oración nace de la fe, está íntimamente relacionada con ella. Nace de la necesidad de entrar en diálogo con Dios, de explicarle nuestras alegrías y nuestras necesidades, nuestras inquietudes y desasosiegos. Pero, en algunas ocasiones, se convierte en un grito desesperado, desde una situación sin salida. «Os digo que les hará justicia sin tardar», afirma Jesús. Aunque paro ello se requiere la actitud de fe, de fiarse de Dios, que está siempre de parte de quien sufre la injusticia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario