martes, 13 de septiembre de 2016

Domingo XXV del tiempo ordinario, ciclo C - Lc 16,1-13

Todo lo que hemos recibido es en usufructo, es decir, no me pertenece. El administrarlo para el bien propio, pero sobre todo para el bien común es la tarea que tenemos encomendada. «No podéis servir a Dios y al dinero» es la máxima del evangelio de hoy. No nos está pidiendo que renunciemos a todo lo que tenemos; nos está invitando a que no seamos esclavos del dinero. El dinero, nos guste o no, es necesario para vivir. Esto es una realidad ineludible, pero no el que el dinero sea una prioridad en nuestra vida: eso ¡no!

No es lógico, ni humano, el que una cuarta parte de la población mundial tenga las tres cuartas partes de la riqueza del mundo. No es lógico, ni humano, que en nuestras ciudades al lado de un lujo desmesurado, de un gasto sin medida, de una vida de diversión, de viajes de placer continuos, etc., encontremos –si no pasamos de largo o «cerramos los ojos»– personas que duermen en un cartón en la calle; individuos que se alimentan de lo que encuentran en los contenedores de basura;  prójimos que no encuentran trabajo, por mucho que lo intenten, porque son «ilegales» o no nos gusta el aspecto que tienen; semejantes de los que nadie se ocupa ni preocupa. No es lógico, ni humano, ni cristiano, que todas estas cosas ocurran y nosotros «pasemos» de ellas: no es mi problema; son unos vagos; se lo gastarán en vino o en drogas; que se vuelvan a su tierra...

No hay comentarios:

Publicar un comentario