martes, 1 de julio de 2014

Domingo XIV del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 11,25-30

El Dios de Jesús es el Dios de los sencillos y no el de «los sabios y entendidos». Y no es que Dios-Padre no ame a todos sus hijos e hijas, pero sí tiene una especial predilección por los pequeños, los necesitados, los pobres… Y no soporta a los prepotentes, a los poderosos, a los creen saberlo todo y tienen respuestas para todo. Y esto es un motivo para dar gracias, como lo hace Jesús. Sólo los primeros están en disposición de reconocer la revelación del Padre que trae Jesús, sólo a ellos se lo quiere revelar.

El seguimiento de Jesús, el ser su discípulo/a supone una actitud de humildad, de sencillez, también de indigencia de medios. Lo que aparentemente puedan parecer carencias, en realidad, bien entendido, significa ponerse en las manos de Dios, confiar en Él. No es una negación del necesario progreso, sino confiar más en la providencia divina y no desesperar cuando no se llega. Y, más aún, percibir como un don de Dios la sencillez y pobreza de recursos.

Y en la misma línea de sencillez está la siguiente afirmación de Jesús, en el evangelio de hoy: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». En él encontramos el bálsamo aliviante, el descanso de nuestros cansancios, agobios, dificultades…

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