Seguro
que a más de uno le ha llamado la atención el que para la fiesta de
«Jesucristo, Rey del universo» se haya escogido como evangelio el de las burlas
a Jesús crucificado: burlas de los dirigentes de los judíos, de los soldados
romanos e incluso de uno de los que le acompañan en el suplicio de la
crucifixión. Pero es que el reinado de Jesús es algo bien diferente del que
ejercen los que llamamos reyes o gobernantes. Él es el ungido (=Mesías) de Dios,
el rey de los judíos y también de todo el universo, quien proclama la llegada
del reinado de Dios. Su reino no «es» de este mundo, pero no quiere decir que
no lo haya iniciado «en» en este mundo. Es un reinado de amor, de perdón («hoy
estarás conmigo en el paraíso»), de hermandad, de dignidad humana, de servicio.
Es otra forma de entender las relaciones de poder.
Su forma de vivir y de morir enseña a
cualquiera que tenga un cargo de responsabilidad, sobre todo en la Iglesia, que
no ha de ser como es habitual en este mundo; debe ser de otra manera. Su
reinado es servicio –en el sentido literal de la expresión–, sobre todo a los
que más lo necesitan; es entrega hasta las últimas consecuencias, incluso hasta
la muerte; es hacerse cómo el más pequeño, cómo el más débil; es renunciar a
cualquier imposición; es desistir de cualquier privilegio...
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