martes, 12 de noviembre de 2013

Domingo XXXIII del tiempo ordinario - Lc 21,5-19

La fe es perseverante o es una quimera. El evangelio de hoy narrando entremezcladamente la destrucción de Jerusalén y su Templo y el fin del mundo, hace una afirmación rotunda: «todo será destruido». Pero, después matiza esta afirmación: «ni un cabello de vuestra cabeza perecerá». Los textos bíblicos apocalípticos, como el que se proclama este domingo, no son una «película de terror», son una llamada a la esperanza, un grito de resistencia en medio de la injusticia generalizada. El justo ha de saber que el mal no tiene la última palabra, que Dios está de su parte. Lo fácil es sucumbir a la tentación de la oferta del poder, a abandonar la fe y lo que ella significa de proyecto de cambiar el mundo. Ir contracorriente, en muchas ocasiones, puede significar padecer maledicencia, persecución y, en algunos casos, la muerte (pensemos en el testimonio de los cristianos en países de mayoría islámica, o en el martirio que están sufriendo hermanos nuestros en Latinoamérica por defender a los pobres frente a la explotación, o el peligro que padecen muchos misioneros y misioneras en diversos países, o...).

La perseverancia –no la resignación– es la clave. Una perseverancia que nace de la confianza (la fe) en el Dios de Jesús. Ninguna dificultad puede destruirla.

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