jueves, 3 de septiembre de 2009

Domingo XXIII tiempo ordinario - Mc 7,31-37

En el evangelio de este domingo encontramos dos temas muy frecuentes en todo el evangelio de Marcos: el mandato de Jesús de guardar silencio, después de una acción extraordinaria y, por contraste, la proclamación insistente del hecho por parte de la persona beneficiada, no haciendo caso de la advertencia de Jesús.

El llamado «secreto mesiánico», que no es otra cosa que la insistencia de Jesús en no hacer publicidad de sus hechos prodigiosos, responde a la sospecha de que no sea bien entendido su mesianismo. El mensaje de Jesús no se puede confundir con una fe «milagrera». Sus milagros no son magia, no buscan impresionar a los presentes, no intentan demostrar nada; responden al poder de Dios puesto al servicio del ser humano necesitado. Lo nuclear es la imagen de un Dios misericordioso, solidario con el dolor humano. Por eso, Jesús se acerca a los enfermos y los atiende, los escucha, los cura; como lo hará con todos los pobres y marginados.

Pero quien ha sido acogido por Jesús; quien ha experimentado su fuerza sanadora; el que ha percibido que Dios le ama personalmente no puede callar, aunque se lo pida el mismo Jesús. La proclamación del don de Dios, experimentado en la propia vida, responde a un corazón agradecido. No podemos guardar silencio si Dios ha actuado en nuestras vidas. ¡Y lo ha hecho!

1 comentario:

  1. Me adhiero a todo lo que has dicho. ¡ si señor!
    La experiencia del amor de Dios gratuito es la única cosa que puede sacudir los cimientos de la incredulidad.
    Supongo que conoces la cita de Simone Weil, pero como va bien con el tema, la engancho:
    " la palabra de Dios es palabra secreta. Aquel que no ha oido esta palabra, aún cuando manifiesta su adhesión a todos los dogmas de la Iglesia, no está en contacto con la verdad "
    Glòria Vendrell i Balaguer

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