jueves, 27 de agosto de 2009

Domingo XXII tiempo ordinario - Mc 7,1-8.14-15.21-23

Después de unas cuantas semanas escuchando el capítulo 6 del evangelio de Juan, volvemos a Marcos, el evangelio principal del ciclo litúrgico B, en este año.

El evangelista nos presenta una controversia entre algunos fariseos y Jesús. En esta ocasión el tema es la impureza legal. Jesús contrapone esta impureza a la que proviene de un corazón impuro. No es la apariencia exterior, lo que haga ante los demás, lo que hace a un hombre o a una mujer justos, es su actitud interior.

El tema, que será un lugar común en prácticamente todos los profetas de la Biblia, es que no son los actos rituales los que nos hacen mejores. Un culto que no responde a una forma de vivir es algo vacío, fatuo.

El corazón, en la antropología bíblica, es el lugar de las decisiones, además del de los sentimientos. Estas decisiones han de nacer de un corazón puro, en el que no caben la injusticia, el fraude, el mal, el pecado…, afirmará Jesús. Y todo esto es más importante que unas practicas rituales, por muy buenas y muy santas que sean. La crítica profética no es un rechazo del culto, nada más lejos; es subordinar el culto –algo bueno y necesario– a la justicia y al bien.

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