lunes, 7 de mayo de 2018

La Ascensión del Señor - Mc 16,15-20

Este domingo celebramos que «el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios». Eso es lo que nos narra el evangelio. Pero el texto no sólo habla de Jesús, sino también de sus discípulos, de los de entonces y de los de ahora.

Comenta el evangelista que estos seguidores son hombres y mujeres de fe, bautizados, vencedores del mal, capaces de hacerse entender por todos cuando proclaman la buena noticia de Jesús, preocupados y ocupados en las necesidades del prójimo. Ésta podría ser una lectura actualizadora de las palabras de Jesús, recogidas por el narrador bíblico.

El bautismo y la fe son nuestra seña de identidad, el fundamento de nuestra dignidad de cristianos y cristianas; por encima de otros cargos o ministerios sociales o eclesiásticos. El concilio Vaticano II nos recordó esta realidad, con frecuencia olvidada.

Pero, esta dignidad implica también una tarea, una responsabilidad. Consiste en hacer presente la «Buena noticia» del Reino. Con el testimonio de una vida que quiere romper radicalmente con toda forma de mal, de injusticia, de discriminación: «echarán demonios en mi nombre»; con capacidad de diálogo con todo el mundo, sin imposiciones, ofreciendo y proponiendo la verdad del Evangelio: «hablarán lenguas nuevas»; sin miedos a ninguna forma de poder: «cogerán serpientes…, nos les harán daño»; privilegiando a los pobres, a los sencillos, a los desvalidos, a los marginados: «impondrán las manos…, y quedarán sanos». Todo un proyecto de vida.

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