lunes, 13 de febrero de 2017

Domingo VII del tiempo ordinario, ciclo A - Mt 5,38-48

Las afirmaciones de Jesús en el evangelio de este domingo, continuando con la lectura del sermón de la montaña, nos resultan chocantes, irrealizables. Alguien ha hablado de utopía, de una moral de máximos, de exageraciones para hacer reaccionar a los interlocutores. Pero realmente ¿son sólo palabras bonitas, pero desorbitadas, impracticables?

Comentaremos brevemente dos de las aseveraciones que, en cierta manera, condensan el resto de las que encontramos en este fragmento de evangelio: «No resistáis a quien os haga algún daño»; «amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen» La verdad es que no es fácil lo que nos pide Jesús: la no-resistencia y el amor. Pero la realidad es que son muchos los testimonios en misioneros y misioneras, en el voluntariado cristiano ayudando a los necesitados, en cristianos que trabajan y luchan cada día por un mundo mejor y un largo etcétera que lo han puesto y lo están poniendo cotidianamente en práctica. Imaginemos que todos y todas los que nos llamamos discipulado de Jesús lo viviésemos: cuantas cosas cambiarían.

Y es que lo que nos sugiere Jesús es nada más y nada menos que imitemos, como buenos hijos, a nuestro Padre: «Él hace que su sol salga sobre malos y buenos, envía la lluvia sobre justos e injustos» Él ama gratuitamente a todos y nos pide que nosotros hagamos lo mismo.

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