Jesús
es el «buen Pastor», que es capaz de dar incluso la vida —como así ocurrió de
hecho— por sus ovejas. En el evangelio, como es fácil percibir, no se habla de
unos «borregos» que siguen de forma alienante a alguien. Estas ovejas —cada uno
de nosotros y de nosotras— «conocen», saben lo que quieren: quieren seguir a
Jesús y lo hacen de una forma consciente y libre.
No
todos los que tienen (o quizás de los que tenemos) alguna responsabilidad
pastoral actúan como Jesús. No les preocupan, «no les importan las ovejas». No
les quita el sueño lo que pase con ellas, lo que sientan, lo que les inquieta.
Él,
Jesucristo, nos marca el camino. Él lo hizo primero, lo continúa haciendo. Le
ocupa y le desvela cada uno de los seres humanos. También los «que no son de
este redil», del de la comunidad eclesial, los ama personalmente. Quiere que
formen parte de un único «rebaño». Desea que cada mujer y cada hombre se
sientan amados, reconocida su dignidad, respetados sus derechos. Donde ya no
habrá diferencias por raza, cultura, condición social o sexo: todos participaremos
de la misma dignidad. Jesús lo defenderá, como la voluntad salvífica de Dios,
hasta las últimas consecuencias. Nosotros, sus seguidores, no podemos
apartarnos de este plan amoroso divino.
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