El
Jesús que nos presenta hoy el evangelista Lucas es «signo de contradicción». Su
«fuego purificador» mostrará la autenticidad de las personas que se llaman
creyentes. Él mismo ha de pasar por un bautismo –signo del martirio que ha de
sufrir–, que le produce angustia. A nadie le agradan las dificultades y menos
el jugarse la vida. A cualquiera en su sano juicio le repugna el sufrimiento y
la muerte, también a Jesús. Pero Él es consecuente: sabe que su forma de vivir
y su predicación le llevan irremediablemente a la muerte: los poderosos de este
mundo no están dispuestos a aceptar su mensaje y, menos, su estilo de vida.
La paz no se puede conseguir a
cualquier precio, afirmará Jesús. Inconsciente o conscientemente nos gusta que
«nos dejen en paz»; no complicarnos la existencia. La «Buena Noticia» de Jesús
nos complica la vida, también en nuestros ambientes más próximos. Es posible
incluso que en nuestra propia familia. Pero la pregunta que hemos de hacernos
es: ¿vale la pena?. La única respuesta posible para todos los que hemos
decidido consciente y voluntariamente seguir a Jesús es: ¡sí!. Sabemos, como
comentábamos el domingo pasado que la auténtica felicidad y el sentido de la
vida sólo lo encontraremos en hacer vida en nosotros el evangelio del Reino; en
adecuar nuestra existencia a ese evangelio.
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