Este
domingo celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Dios es único (primera
lectura) pero, al mismo tiempo, es comunidad amorosa: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Amor donde está presente la diversidad: tres personas distintas; y amor
que une hasta el imposible, desde la perspectiva humana: un solo Dios.
Y esta
realidad nos interpela a nosotros, la comunidad cristiana. Estamos invitados a
vivir el misterio del amor trinitario de Dios, a compartir este amor con todos.
Somos «hijos de Dios» (segunda lectura) y como hijos e hijas debemos participar
del amor único de Dios, nuestro Padre. La unidad debe ser nuestro estandarte,
nuestra bandera, aunque, eso sí, sin confundirla nunca con la uniformidad;
respetando y amando también la diversidad, las diferencias del otro.
Convencidos
que nada hay mejor para la humanidad que este mensaje de amor, de respeto, de
unidad. Por eso, el evangelio nos invita a proclamarlo, a predicarlo a «todos
los pueblos», a todas las personas, con nuestra palabra aunque, sobre todo, con
nuestros gestos, con nuestras vidas. Jesús se queda entre nosotros «todos los
días, hasta el fin del mundo»: es nuestro consuelo, nuestra fuerza, quien hace
posible que nos empeñemos y no desfallezcamos en esta empresa.
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