Comenta el evangelista que estos seguidores son hombres y
mujeres de fe, bautizados, vencedores del mal, capaces de hacerse entender por
todos cuando proclaman la buena noticia de Jesús, preocupados y ocupados en las
necesidades del prójimo. Ésta podría ser una lectura actualizadora de las
palabras de Jesús, recogidas por el narrador bíblico.
El bautismo y la fe son nuestra seña de identidad, el
fundamento de nuestra dignidad de cristianos y cristianas; por encima de otros
cargos o ministerios sociales o eclesiásticos. El concilio Vaticano II nos
recordó esta realidad, con frecuencia olvidada.
Pero, esta dignidad implica también una tarea, una
responsabilidad. Consiste en hacer presente la «Buena noticia» del Reino. Con
el testimonio de una vida que quiere romper radicalmente con toda forma de mal,
de injusticia, de discriminación: «echarán demonios en mi nombre»; con
capacidad de diálogo con todo el mundo, sin imposiciones, ofreciendo y
proponiendo la verdad del Evangelio: «hablarán lenguas nuevas»; sin miedos a
ninguna forma de poder: «cogerán serpientes…, nos les harán daño»;
privilegiando a los pobres, a los sencillos, a los desvalidos, a los
marginados: «impondrán las manos…, y quedarán sanos». Todo un proyecto de vida.
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