La presencia de Jesús les tranquiliza, les llena de alegría,
les produce paz. Jesús les da el Espíritu Santo: «Recibid el Espíritu Santo».
La situación ha cambiado radicalmente. El Espíritu ha producido el «milagro».
Les faltaba fe, como a nosotros nos pasa con frecuencia.
Porque lo contrario a la fe no es la increencia sino el miedo. El miedo anula
las facultades de decisión y raciocinio. El miedo es angustia ante un riesgo
real o hipotético. El miedo es ante todo una falta de confianza. ¿De confianza
en qué o en quién? En este caso es falta de confianza en la Palabra de Jesús.
Cuando la Palabra de Dios no es lo central en nuestra vida
personal, familiar, comunitaria…, nuestra fe se está quebrando; nos falta
alegría, paz, capacidad de perdón. Observamos nuestro alrededor con
desconfianza, con miedo.
¡Recibamos el don del Espíritu Santo con los brazos
abiertos! Él —si nos dejamos― cambiará nuestras vidas y nuestras comunidades;
nos quitará el temor que nos paraliza.
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