Cada
Viernes Santo se vuelve a proclamar el evangelio de la pasión. Esta vez según
el evangelista san Juan. Y lo hacemos para conmemorar la pasión y muerte
violenta de Jesús. El Jueves santo recordamos que nos amó hasta el extremo. En esta ocasión queda
patente en la narración de los acontecimientos del primer viernes santo.
Jesús
interrogado, escupido, burlado, coronado de espinas, azotado, camino de la
cruz, crucificado, ridiculizado, muerto nos muestra el rostro humano de Dios.
Un Dios solidario con nosotros, con nuestros sufrimientos, con nuestro dolor,
con nuestra impotencia. Él ha querido experimentarlo en su propia carne. El
Dios de Jesús es Alguien que padece con el que sufre. Dios no quiere el mal
humano, aborrece el sufrimiento de los que considera y son sus hijos, cada uno
de nosotros y de nosotras.
El
Viernes Santo nos recuerda esta realidad. Nos muestra una situación de
sufrimiento, de dolor y de muerte. Pero, al mismo tiempo, de esperanza, de
vida, de resistencia ante la injusticia, ante el mal. Es expectativa de
resurrección. El sepulcro de Jesús, la muerte, la iniquidad, no tienen la
última palabra. Tenemos la seguridad de que el bien vencerá; la justicia se
impondrá; la vida vencerá a la muerte. Dios es un Dios de amor y de vida.
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