El
Jueves santo celebramos la última cena de Jesús con sus discípulos, antes de su
muerte. Y el evangelio que nos propone para este día la liturgia es el de la
escena de Jesús lavando los pies de sus seguidores.
El
evangelista quiere subrayar el sentido profundo de esta cena que nosotros
actualizamos en cada eucaristía. Lo nuclear, lo definitivo es el amor:
«habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo»
Es un amor que no se para ante el sacrificio de la propia vida. Jesús nos ha
amado, nos ama así. El seguimiento de Jesús implica entrar en esta dinámica, la
del amor. Si no nuestra participación en el culto, en la eucaristía es un sin
sentido, algo vacío.
No sé si estaríamos dispuestos, por amor, a dar la vida por
los demás, a ejemplo de Jesús. Seguramente no nos encontraremos en esta
circunstancia. Pero lo que sí es seguro que tenemos oportunidades continuamente
de demostrar ese amor en cosas más sencillas, más cotidianas. ¿Estamos
dispuestos a ser servidores de los otros, lavándoles los pies, por ejemplo? El
amor se muestra en lo cotidiano: en la actitud real de servicio, en buscar que
el otro o la otra sean felices, en hacer propias las necesidades materiales o
espirituales del próximo, etc. Jesús es claro y contundente: «os he dado
ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis»
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