Iglesia construida sobre la casa de Pedro y Andrés en Cafarnaún |
Jesús
sigue predicando y sanando. Sus palabras se corresponden con sus acciones, por
eso convence. Comunica la Palabra de Dios, la «Buena Noticia» del Reino y, al
mismo tiempo, cura y sirve a todos los que se cruzan en su camino. No busca la
fama ni el elogio, por eso no se queda en un lugar fijo. Tiene clara su misión,
«para eso he salido», afirmará, y recorre toda Galilea predicando y dando
muestras del amor entrañable de Dios. Su fuerza nace de la oración: «se levantó
de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar». Pero su oración
no es un escapismo que le aparte de la misión, sino el impulso para llevarla a
cabo.
La
Palabra de Dios es eficaz, capaz de cambiar las cosas, de invertir esta
sociedad injusta. La actitud de Jesús es la garantía, la promesa de que es
posible. Los cristianos nos hemos de convencer de esta realidad. Tenemos que salir
de nuestro pesimismo y victimismo. La historia, el mundo, la humanidad están en
las manos de Dios. Quien mueve la historia es el Espíritu Santo. ¡Hemos de
convencernos y ser más optimistas, más luchadores (en el buen sentido de la palabra)!
Jesús
inauguró una nueva forma de entender las relaciones humanas, donde ninguna
persona es inferior a otra, donde cada ser humano es hermano del otro, donde
todos y todas son respetados por si mismos, no por lo que tienen o aparentan.
Embarquémonos en esta tarea, ¡ya! Y dejemos de quejarnos.
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