La Ascensión del Señor, festividad que celebramos este
domingo, no es el final de una historia; no significa que Jesús ha dejado solo
a su discipulado. Es, por el contrario, el inicio de una nueva etapa, el
principio de un nuevo período, el de la comunidad eclesial.
Los seguidores de Jesús son enviados a continuar la nueva
realidad que Él inauguró. La historia de la Humanidad ha quedado marcada por el
acontecimiento Jesús de Nazaret. Y esto es lo que debemos prorrogar en el tiempo
y en todos los lugares sus discípulos. La responsabilidad que nos encomienda es
inmensa pero, al mismo tiempo, es la opción más gratificante posible.
Los seres humanos, todos y todas, tienen una dignidad
inalienable; son acreedores de unos derechos que nadie ni nada pueden negar o
usurpar; todos gozan del amor incondicional de Dios-Padre. Somos los heraldos
de esta realidad por la que el Hijo de Dios vino al mundo y se dejo crucificar.
Él continúa con nosotros para hacerlo posible.
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