Lugar de la última cena |
El «pan» que nos ofrece Jesús no tiene nada que ver con otras «comidas», ni siquiera con el maná que los israelitas comieron en el desierto, camino de la tierra prometida. Nada puede saciar el corazón humano, nada es capaz de dar sentido pleno a la existencia, nada da vida al mundo, nada proporciona vida sin fin, nada nos garantiza la vida eterna… sólo Jesús mismo. Jesús se ofrece como alimento a toda la humanidad: eso es lo que hoy celebramos. La Eucaristía es la expresión comunitaria de esta realidad, en la que todos somos invitados a participar y compartir esta experiencia.
El testimonio que se exige de la comunidad eclesial, a partir de esta realidad, es precisamente de unidad. Una unidad que nunca debemos confundir con la uniformidad, pero que interpela a todos y a cada uno de los discípulos y discípulas de Jesús. Todos compartimos el mismo Pan, todos participamos de la misma Palabra de Dios, todos reconocemos que el mensaje de Jesús es lo definitivo, todos estamos empeñados en la construcción del Reino de Dios… Los que nos ven, los que están a nuestro alrededor lo han de sentir, lo han de constatar, lo han de apreciar. No podemos renunciar a ese testimonio ante el mundo, sino qué celebramos.
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