La Iglesia, desde la antigüedad, ha celebrado juntas la festividad de estas dos grandes figuras del cristianismo primitivo: Pedro y Pablo. Ambos conforman las dos grandes columnas sobre las que se apoya la Iglesia primitiva, cuyo fundamento es Cristo.
El evangelio que la liturgia nos propone para este día es la confesión de Pedro, según el evangelio de Mateo. Pedro reconoce a Jesús como Mesías y como Hijo de Dios; Pedro es elegido por Jesús como piedra sobre la que edificará su Iglesia. Las otras dos lecturas, la primera de Hechos de los apóstoles y la segunda de la segunda carta a Timoteo subrayan el aspecto testimonial por el que tendrán que pasar estos dos apóstoles: el encarcelamiento de Pedro y la proximidad del martirio de Pablo. La historia de estos dos personajes no es precisamente de color de rosa.
La vida cristiana no es fácil nos muestran las historias de Pedro y de Pablo. El haber sido elegidos por Jesucristo, su papel de dirección de las primeras comunidades, su título de apóstoles no les ahorrará las dificultades, ni siquiera el martirio. Son dos claros ejemplos para el discipulado de Jesús de cómo el servicio, la causa del Reino, la Buena Noticia de Jesús es algo por lo que vale consagrar toda la existencia.
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