«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros» (2Cor 13,13). Con esta invocación trinitaria finaliza el texto de la segunda lectura de esta festividad. Gracia, amor y comunión es lo que Pablo de Tarso desea para las comunidades que él ha evangelizado; algo que sólo puede proceder del Dios Trinitario. En la misma línea el evangelio nos habla de vida, de vida eterna, de salvación que nos ofrece Dios Padre a través de su Hijo Jesucristo.
La festividad de la Santísima Trinidad es una oportunidad para la comunidad eclesial de meditar sobre este misterio: un Dios, que sin dejar de ser Uno, es comunidad Trinitaria. Dios es comunidad, comunión de amor. Nosotros, discípulos y discípulas de Jesús, hemos de aprender que la unidad entre nosotros no es nunca una meta asumida, conseguida. El listón nos lo han puesto muy alto. Es una tarea diaria, continua. La unidad –no confundirla nunca con la uniformidad– es un afán al que no podemos renunciar. Es una obra de amor, de gracia, de comunión, de vida, de salvación (nos lo recuerdan las lectura de este domingo). La unidad es una obra de Dios, pero para la que cuenta con cada uno de nosotros y de nosotras.
Me ha gustado la referencia en varios puntos a la unidad: no es una meta asumida, no confundir con la uniformidad ......
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