El llamado «secreto mesiánico», que no es otra
cosa que la insistencia de Jesús en no hacer publicidad de sus hechos
prodigiosos, responde a la sospecha de que no sea bien entendido su mesianismo.
El mensaje de Jesús no se puede confundir con una fe «milagrera». Sus milagros
no son magia, no buscan impresionar a los presentes, no intentan demostrar
nada; responden al poder de Dios puesto al servicio del ser humano necesitado. Lo
nuclear es la imagen de un Dios misericordioso, solidario con el dolor humano.
Por eso, Jesús se acerca a los enfermos y los atiende, los escucha, los cura;
como lo hará con todos los pobres y marginados.
Pero quien ha sido acogido por Jesús; quien ha
experimentado su fuerza sanadora; el que ha percibido que Dios le ama
personalmente no puede callar, aunque se lo pida el mismo Jesús. La proclamación
del don de Dios, experimentado en la propia vida, responde a un corazón
agradecido. No podemos guardar silencio si Dios ha actuado en nuestras vidas.
¡Y lo ha hecho!
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