Ya
estamos de nuevo en Cuaresma; el «miércoles de ceniza» es el inicio de este
tiempo litúrgico fuerte. El evangelio de esta celebración nos habla de los tres
pilares de la Cuaresma: la limosna, la oración y el ayuno. Ya el profeta Joel
(primera lectura) nos recuerda que no se trata de unos actos exteriores, que
pierden todo su sentido religioso sin una implicación existencial. El profeta
habla de «rasgar el corazón», de conversión. El «corazón» en la Biblia es la
sede de los sentimientos, pero también de las decisiones. Hay que cambiar el
corazón, no cumplir unas normas externas; mudar nuestros sentimientos y
nuestras decisiones.
Jesús,
por su parte, predica que la limosna sea «en secreto», la oración «en lo
escondido» y el ayuno «perfumándose la cabeza y lavándose la cara», o sea, sin
que se sepa. A nosotros no nos gusta hacer las cosas así. Nos agrada que se
enteren si hacemos algo bueno. Si estos actos a los que nos invita la Cuaresma
no responden a unas actitudes internas, no tienen ningún valor, son fuegos
fatuos.
La
oración responde a una necesidad de diálogo con Dios, es una respuesta a su
Palabra. El ayuno voluntario nos puede ayudar a comprender que todo se lo
debemos a Dios, y a reflexionar sobre tantas personas que pasan hambre y
necesidad, que practican un ayuno obligado. La limosna responde a la reflexión
anterior: compartir con quien no tiene los bienes que han sido creados por Dios
para el bien común.
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