Otra
imagen bíblica habitual, junto con la de la viña, que hemos visto en los
domingos anteriores, es la de un banquete. De hecho la otra vida es imaginada
como un gran banquete. Y Jesús, en la parábola de hoy, se hace eco de esta
imagen para explicar diversas actitudes ante la invitación a participar del
reino de Dios, del banquete del reino. El pueblo de Dios rechaza la llamada del
Padre a participar del convite de la vida y del amor, el banquete de las bodas
del Hijo. Los invitados conocían –como nosotros y nosotras– lo que significa
este banquete pero «no quieren ir», prefieren marchar a «sus tierras y a sus
negocios». La llamada de Dios no tiene respuesta en sus vidas. No se toman, no
nos tomamos, en serio a Dios ni a su llamada a construir un mundo más fraterno,
en el que todos/as nos podemos sentar en la misma mesa.
Pero la
llamada es universal y los enviados han de invitar a todo el que encuentren por
el camino y en los cruces de los caminos, «buenos y malos». Todos y todas son
llamados a participar de este banquete. Aunque esto significa el estar
dispuesto a responder a esta llamada, a vestirse el «traje de fiesta», a participar
del «banquete del reino» en el que nadie es excluido, donde todos y todas han
de empeñarse en hacerlo posible.
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