Continuamos
con el tema de la viña, que ya apareció el domingo pasado, símbolo del pueblo
de Dios. Hoy es un padre quien envía a sus dos hijos, primero a uno y después
al otro, a trabajar en su viña.
La
narración fija la atención en los dos hijos como dos formas contrapuestas de
responder a la llamada de Dios. Curiosamente el primer vástago (el primogénito)
representa a los judíos «fieles», incluyendo a los representantes religiosos de
la época (sumos sacerdotes y ancianos) que con la boca dicen que «sí», pero a
la hora de la verdad es que «no».
El
segundo hijo –según palabras de Jesús– está significado en «los publicanos y
las prostitutas», aquellos y aquellas que con su estilo de vida parece que
dicen «no», pero que acaba en un «sí», porque saben acoger el perdón y el amor
gratuitos de Dios, que les ofrece Jesús.
Los
excluidos por la sociedad y por la religión pasarán delante de los
aparentemente justos y religiosos en el reino de Dios, afirma Jesús. El mensaje
de Jesús no es excluyente, no cambia unos excluidos por otros. Todo lo
contrario, es inclusivo. Jesús enseña que Dios ama a todas y a todos como un
Padre amoroso e invita a todos los que le escuchan a unirse a este amor que no
conoce acepción de personas y que, en muchas ocasiones, depara sorpresas: el
«sí» de quien menos pensábamos.
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