Tanto
la primera lectura, del profeta Ezequiel, como el evangelio de hoy señalan la
responsabilidad del creyente ante el pecado del hermano o hermana, ante su
debilidad. La fidelidad a la Palabra de Dios, al evangelio de Jesús, exige una
preocupación exquisita por el prójimo. Pablo, en la carta a los romanos
(segunda lectura), afirmará que el amor es la única deuda que debemos tener con
los demás, ya que amando se cumplen todos los mandamientos.
El
texto del evangelio pertenece al llamado «discurso eclesial», en el que se
subraya las exigencias del perdón y del amor en la comunidad cristiana. Lo
importante es que el hermano o la hermana no se pierda, aunque haya sido
infiel, incluso gravemente. El proceso es de una delicadeza exquisita, primero
exhortándolo/a a solas, en secreto; no criticándolo/a ni pública ni siquiera
interiormente. El resto del proceso busca ayudarlo/a, no condenarlo/a. Aunque
no siempre es posible: el otro, la otra son seres libres y hemos de respetar su
libertad, aunque se equivoque.
Pero
no puedo quedarme tranquilo/a si el/la hermano/a se pierde. Respetaré siempre
su libertad, pero me uniré en oración comunitaria por el hermano o la hermana,
para que Dios «toque» su corazón y sea consciente de su error. El amor es la
medida de las relaciones comunitarias.
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