Después
de la escena de la multiplicación de los panes y de los peces, el evangelista
sitúa a Jesús –después de despedir a la gente– pasando la noche, solo, en
oración. Para Jesús la plegaria es una necesidad vital; todo su obrar nace de
su íntima relación con el Padre. No es que siempre esté rezando, pero necesita
la frecuencia de la oración para hacer, para actuar, para ponerse al servicio
de los demás.
La
siguiente escena nos habla del miedo como la actitud contraria a la fe. El que
tiene fe se fía, confía. Lo contrapuesto es el miedo, la falta de confianza, la
desesperanza. Cuantos miedos externos y/o internos nos paralizan, nos
dificultan, nos imposibilitan vivir y compartir la alegría de la «buena
noticia» de Jesús. Miedo a los cambios, miedo a lo que piensen los demás, miedo
a las dificultades, miedo a la sociedad, al mundo, miedo a un ambiente hostil,
miedo al futuro, miedo a la libertad (la propia y la de los demás). Jesús nos
ofrece su mano, nos anima: «no tengáis miedo».
La
mujer y el hombre de fe se fían de Jesús, saben que la Iglesia, la sociedad, el
mundo, la humanidad están en las manos de Dios y no pueden estar en mejores
manos. Confían en que es el Espíritu Santo quien dirige la historia y que ésta
sólo puede ir hacia adelante, hacia su destino definitivo. Y lo hacen desde una
actitud profunda de oración, una oración que les compromete la existencia.
Javier gracias por tu comentario del EVANGELIO sencillo pero lleno de verdad y de sabiduría, y que al menos a mi, me recuerda que debo confiar en Jesús siempre.
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