La narración de la escena de la Transfiguración intenta ser
un bálsamo, un canto de esperanza en el camino de Jesús con sus discípulos
hacia Jerusalén, lugar, como él les ha repetido en diversas ocasiones, donde
será ejecutado. Es verdad que junto al anuncio de su pasión y muerte siempre
les ha hablado de resurrección, pero ellos no terminan de entender todo esto.
La Transfiguración es un anticipo de la resurrección; es la
constatación de que las palabras y los gestos de Jesús, la Buena Noticia del
Reino, los valores de este Reino al que son invitados a construir y vivir su
discipulado, la utopía de un mundo donde sea respetada la dignidad de todos… no
son un fracaso de un soñador cualquiera. La Palabra de Dios, siempre viva y
eficaz, lo avalan; ésta es representada por Moisés y Elías (la Torá y los
profetas); Dios mismo lo certifica: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo»
Pero antes es necesario pasar por la incomprensión, por el sufrimiento, por la
cruz.
La vida cristiana a veces tiene también mucho de esto: la
resurrección, un horizonte de claridad, de esperanza, de resurgimiento… sólo se
da después de la cruz. Pero, ¡vale la pena!
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