Aunque
la respuesta de Pedro sobre la identidad de Jesús es la correcta (evangelio del
domingo pasado), su comprensión de la misma deja mucho que desear. Jesús les
anuncia el final violento de su vida, lo que ha de padecer y cómo morirá
ejecutado, aunque también les anticipa su resurrección; es la consecuencia previsible
de su vida y de su predicación. Pero Pedro no está dispuesto a aceptar esa
realidad, intenta apartar a Jesús de este destino. No entiende que ese final
está unido indisolublemente a la forma de ser de Jesús, a su mesianismo que
poco antes ha proclamado, a su estilo de vida.
Buscar seguridades,
tranquilidad, no complicarse la vida, no «molestar»
a los poderosos, dejar de predicar la «Buena noticia» del Reino, renunciar a
proclamar el amor de Dios a los pobres, enfermos, pecadores, prostitutas y
gente de mala de vida, significaría abandonar todo aquello que da sentido a su
vida, aunque esto signifique morir violentamente. Jesús está convencido, la
experiencia lo enseña, que esta forma de vivir significa esa forma de morir,
pero Dios-Padre está de su parte, esa es su esperanza y su convicción.
Nosotros somos más del estilo de Pedro. Nos gusta
la vida fácil y tranquila, y cuando el evangelio de Jesús nos interpela, nos
complica la existencia nos vienen las crisis. Nos falta estar convencidos que
el estilo de Jesús vale la pena, que la vida tiene sentido cuando se gasta y se
desgasta en vivir la radicalidad del Evangelio.