En
la cruz de Jesús, en lo alto, hay un letrero, escrito en hebreo, latín y
griego: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos» Una auténtica
paradoja. Un rey que reina desde la cruz, colgado en un madero. Su sufrimiento
y su muerte son la forma concreta de ejercer su reinado, su poder. Desde
entonces el sufrimiento, el dolor, la muerte no son algo inútil. Él ha querido
solidarizarse con el sufrimiento humano, con el dolor de todos, en su propia
carne. Nos ha mostrado el rostro humano de Dios: de un Dios compasivo, de un
Dios que padece con el que sufre.
Pero Él no nos ofrece la alternativa
de la resignación, sino de la esperanza. De la esperanza de los justos. A Jesús
lo mataron porque sus palabras y, sobre todo, su forma de actuar molestaban a
los poderosos: era un peligro para su status. Pero, la muerte no tiene
la última palabra. La cruz de Jesús es signo de esperanza.
Viernes santo es sufrimiento, dolor y
muerte. Pero para el seguidor de Jesús, para quien tiene fe es, sobre todo:
esperanza, vida, resistencia ante la injusticia y el mal, expectativa de resurrección,
certeza de que el bien vencerá, convicción de que el Dios de Jesús es un Dios
de vida.
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