El evangelio de este
domingo comienza narrándonos que la gente se agolpaba alrededor de Jesús
para oír la Palabra de Dios. ¿Nosotros también...?
Una encuesta constata que
el 80% de los practicantes católicos de Italia, Francia y España sólo se acerca
a la Biblia en la misa dominical, y que únicamente el 3% la leen diariamente.
La Palabra de Dios nos debería entusiasmar: hemos de sentir hambre de esta
Palabra, individual y comunitariamente.
Es esta Palabra de Dios la
que hace posible el «milagro»: no hemos cogido nada; pero, por tu palabra,
echaré las redes. Es posible que nuestra vida personal, familiar,
eclesial... no esté fructificando lo que debe, lo que Dios quiere (no hemos
cogido nada) porque no está enraizada en la Palabra de Dios. Si la Biblia
no se convierte en nuestro alimento diario, en oración, en meditación, en
inspiración de nuestras comunidades cristianas, en estudio, en escucha dócil de
lo que el Espíritu nos quiere sugerir..., no funciona algo fundamental.
Es la Palabra de Dios la
que transforma a esos pescadores asombrados y temerosos en cooperadores de
Jesús; en seguidores sin excusas, sin condiciones; en predicadores de la
Palabra definitiva del Reino inaugurado por Jesús.
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