Comienza un nuevo año litúrgico y la Iglesia nos propone
contemplar en este primer domingo un fragmento del discurso apocalíptico del
evangelio de Lucas. La primera parte nos sugiere una situación difícil,
crítica: «angustia de las gentes, enloquecidas […]; sin aliento por el miedo y
la ansiedad…» Responde a momentos dramáticos por las que pasa o puede pasar la
comunidad creyente. Pero estos signos no son motivo de desesperanza y mucho
menos de desesperación. El evangelista invita a vivir con esperanza, con
optimismo; Jesús nos ha redimido: «levantaos, alzad la cabeza: se acerca
vuestra liberación»
Nosotros, comunidad cristiana, no podemos contagiarnos del
pesimismo ambiental: las dificultades, la crisis, el desaliento, el desánimo,
la alarma social… no pueden, no deben hacernos desfallecer, desilusionar. ¡No!
La llamada del evangelio es de esperanza, de ilusión, de empuje a hacer todo lo
que esté en nuestras manos para superar esta situación, no sólo pensando en
nosotros sino en los que nos rodean. Es tiempo de «remangarnos», de trabajar,
de construir una realidad diferente, un mundo mejor.