El evangelio de Juan nos
explica cómo Jesús, en la cruz, derramó por amor a la Humanidad hasta la última
gota de su sangre. No existe amor más grande y salvífico que el de Jesús: esta
realidad es la que celebramos en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Lo que define al Dios de la
Biblia, al Dios de Jesús es el Amor. El pueblo de Israel es una realidad que
irá descubriendo lentamente a lo largo de su historia (primera lectura). Jesús
nos lo mostrará continuamente en sus palabras y en sus gestos; en su
predicación y en su forma de actuar. Pero será su entrega en la cruz la que
mostrará de la forma más nítida posible este amor. El rostro de Dios, a partir
de Jesús, nunca más se confundirá con violencia, castigo o venganza: Dios no es
así.
La comunidad creyente debe
tomar nota de esta realidad; debe hacer suya esta actitud. Si lo que nos define
es otra cosa; si en nuestras vidas anidan rivalidades, odios, envidias, ansias
de poder o prestigio es señal de que aún nos queda mucho para ser auténtico
discipulado de Jesús. La cruz de Jesús, su entrega incondicional debe ser
nuestra medida.
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