Las
prisas, el estrés, el deseo de resultados (y si son inmediatos, mejor) nos
pueden quitar la tranquilidad, nos roban la paz. Algo de esto también les pasaba a los
discípulos de Jesús: «eran tantos los que iban y venían que no encontraban
tiempo ni para comer»
Jesús
no quiere estas «intranquilidades» Se lleva a los discípulos a «un sitio
tranquilo a descansar un poco»; a un «lugar tranquilo y apartado». Sabe que las
prisas y los agobios no son los mejores compañeros de viaje. No podemos perder
nunca esta perspectiva. Necesitamos personal y comunitariamente tiempo y
lugares de sosiego. Uno de los «pecados» de nuestra sociedad actual es el
activismo, también eclesialmente; pensamos que todo consiste en hacer cosas y
cuanto más, mejor. El evangelio de hoy nos sugiere otro enfoque: momentos de
descanso, de tranquilidad también son necesarios; ¡junto a Jesús!, como los
discípulos.
No
siempre es fácil. De hecho, Jesús y los discípulos se encuentran que la gente
les ha seguido, se les ha adelantado: ¿adiós al sosiego? Jesús no puede «pasar»
de estas personas, de tanta gente que busca una respuesta para sus vidas. Pero
sí puede «dejar aparcadas» las prisas, la desazón, el desasosiego: «se puso a
enseñarles con calma». Toda una lección de saber hacer.
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