El evangelio dominical nos presenta cómo Jesús cura a dos
mujeres: una de ellas que padecía perdidas de sangre desde hacía doce años, y
una niña gravemente enferma, de doce años (que comienza a hacerse mujer). Es
obvio que el narrador quiere unir los dos personajes, no sólo por introducir un
relato en medio del otro. Las dos protagonistas son mujeres; las dos están
relacionadas por el número doce; ambas son motivo de impureza legal: una por el
tema de la sangre y la otra porque la enfermedad la lleva a la muerte.
Jesús rompe con estos condicionamientos sociales. Les
devuelva a una y a otra la salud y, más importante, las reintegra en el mundo
social y religioso que las marginaba, les devuelve su dignidad de personas que
les habían negado. La opción de Jesús siempre es por los más necesitados,
oponiéndose o ignorando los tabúes sociales que marginan a tantas personas. Las
mujeres eran uno de los colectivos que más sufría la exclusión social, y Jesús
apuesta por ellas. Se les acerca con amor, las libera de todo aquello que las
oprime, las convierte en discípulas en situación de igualdad con los discípulos
varones.
Esa actitud del Maestro también nos interpela a nosotros,
hombres y mujeres del siglo XXI. Nos hemos de preguntar: ¿cuáles son nuestras
opciones?
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