En el fragmento del evangelio de Marcos que leemos - escuchamos esta semana encontramos dos escenas bien diferentes: en la primera el Jesús incomprendido y en la segunda la familia sustitutoria de los seguidores de Jesús.
Jesús es rechazado, incomprendido, tomado por loco, por endemoniado... por sus familiares, por los escribas. Si leyéramos todo el texto veríamos que la incomprensión se extiende al pueblo e, incluso, en gran medida a los discípulos. Los seguidores de Jesús también podemos padecer las mismas incomprensiones, incluso de los más próximos.
El segundo escenario nos presenta a María, la madre de Jesús, y algunos familiares cercanos buscando a Jesús, y los que lo rodean se lo hacen saber. El Maestro, gran pedagogo, aprovecha la ocasión para desviar la atención, el punto de mira al seguimiento discipular. Lo realmente importante no son tanto los lazos de sangre como la fidelidad a la voluntad divina, la actitud de escucha de la Palabra de Dios: «He aquí a mi madre y mis hermanos. El que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre». Lógicamente María, su madre, es la discípula por excelencia, el ejemplo de fidelidad a la voluntad divina.
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