Zaqueo,
en el evangelio de este domingo, se convierte, junto a Jesús, en personaje
principal de la narración. Por su condición de «jefe de publicanos y rico»,
seguramente a costa de estafar a los demás, es odiado por la gente más
«religiosa». Pero Jesús no hace acepción de personas. Su «buena noticia» es
para todos sin exclusión: hombres y mujeres, ricos y pobres, judíos y
no-judíos, piadosos y pecadores, sanos y enfermos... Precisamente Zaqueo al
sentirse acogido, valorado, cambia su vida y sus actitudes. De defraudador se convierte
en un hombre generoso; a quien antes había robado le devuelve «cuatro veces
más»; incluso es capaz de repartir la mitad de sus bienes entre los pobres.
Pero los «piadosos» sólo están ocupados en murmurar que Jesús se juntaba con
pecadores.
Cuando hacemos acepción de personas,
cuando criticamos –aunque sólo sea interiormente– a todo aquel que es distinto,
que no es «de los nuestros», que no frecuenta mucho la iglesia... no hemos
entendido el estilo de Jesús. Para Él todos los seres humanos son merecedores
de la misma dignidad (también son hijos de Abrahán), su mensaje es integrador:
todos caben, también el que «estaba perdido».
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