Se celebra una boda en Caná de Galilea, a la que asisten
como invitados Jesús, María y algunos discípulos de Jesús.
María,
atenta a las necesidades de los demás y servicial por naturaleza, se da cuenta,
antes que nadie, que la familia de la pareja se encuentra en apuros, se han
quedado sin vino para agasajar a los invitados, y esta situación es un problema
que exige una solución urgente. María hace suyas las necesidades de los
demás, y las convierte en petición confiada a Jesús, su hijo: No tienen vino.
La respuesta de Jesús es enigmática, sólo en la lectura de todo el evangelio
quedará clarificada.
María no se arredra, y se dirige a los sirvientes de la
casa: Haced lo que él os diga. Si la primera intervención de María nos
muestra su preocupación por las necesidades ajenas, ésta nos indica una
confianza plena en su Hijo, y una actitud a seguir, una consigna: fiarse
plenamente de la voluntad de Dios, ponerse al servicio de ella. Si María
primero hace notar a Jesús su desvelo por los demás, no tienen vino;
ahora se pone al servicio de su voluntad, de la voluntad divina. Ambas
actitudes son complementarias: una oración confiada, concretada en las
necesidades del prójimo y, al mismo tiempo, una apuesta humilde por la voluntad
de Dios. Y se produce el «milagro», que Juan prefiere llamar en su evangelio
«signo»
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