Corremos el peligro de celebrar (si es que lo celebramos) la resurrección del Señor desde la indiferencia. Nada cambia ni en nuestra vida ni en nuestra forma de actuar personal y comunitaria. Y así perdemos la oportunidad de disfrutar plenamente de la experiencia de la Pascua.
La resurrección de Jesucristo es nuclear en el mensaje cristiano. Pero no significa sólo creerlo pasivamente; comporta entenderla existencialmente. Nuestra vida debe traslucir alegría, paz, perdón, amor… Y lo tienen que notar los que viven alrededor nuestro: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo… Algo similar debe pasar en nuestras comunidades, los que entran en relación con nosotros lo deben experimentar: «eran bien vistos de todo el pueblo» (primera lectura). Nuestra vida transmite (debe transmitir) «alegría con un gozo inefable y transfigurado» (segunda lectura).
La Pascua me lleva al Espírtu de Pentecostés, quiero ser de Emaús, quiero ser Tomás. Qué me dé la mano el Señor
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