El domingo de Ramos inaugura la Semana Santa que tendrá su culminación en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Ésta festividad se inicia con la bendición de palmas y de ramos de olivo o de laurel. Tiene un tono auténticamente festivo: hay gente que se pone en este día sus mejores galas, más en los pueblos; que sale a la calle, camino de la iglesia, con sus palmas o ramos que los niños agitan con auténtica alegría; para algunos será una de las pocas oportunidades en que escucharan la Palabra de Dios y participaran en un acto religioso. Recuerda mucho la escena narrada en los evangelios de Jesús entrando en Jerusalén. No podemos perder la oportunidad comunitaria de hacer una catequesis popular de este acontecimiento; no podemos menospreciarlo, pensando que es una religiosidad superficial. Es el momento de acercar la Palabra de Dios a tanta gente que no está en contacto con ella habitualmente.
Aunque esto no exime de la participación en la eucaristía, donde se proclamará el relato de la Pasión. Un relato en el que hay traiciones, cobardía, pero también el mayor acto sublime de amor, personificado en Jesús. Nos podemos sentir todos retratados; todos estamos necesitados del perdón y del amor de Dios. Y, lógicamente, abiertos a la esperanza: con la muerte de Jesús no acaba todo, ¡resucitará! El mal es vencido definitivamente por el bien, por el amor sublime de Dios, en Jesucristo.
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