Inauguramos una nueva Cuaresma, uno de los tiempos litúrgicos llamados fuertes. Éste es un período de cuarenta días que nos prepara a vivir con intensidad la Pascua, la pasión, muerte y resurrección de Jesús, cenit, culminación y razón de la Cuaresma.
El texto que la liturgia nos propone para iniciarla pertenece al sermón de la montaña, que cerramos su lectura el domingo pasado. Jesús habla de servicio al necesitado, de oración y de ayuno. A estas tres prácticas religiosas, que compartimos con el Judaísmo y con el Islam, somos invitados estos días. ¿Cómo nos sugiere Jesús ejercitarlas?; ¿qué aporta la buena noticia de Jesús a estas prácticas?
La limosna, la ayuda a los necesitados, la lucha por un mundo mejor donde no existan injusticias no podemos practicarlas para promoción propia, buscando el aplauso, para sentirnos bien. ¡No! Sólo ha de nacer de nuestra fidelidad al mensaje de Jesús.
Algo similar pasa con la oración. Su importancia y necesidad es tan grande que mezclarla con otras intenciones la envilece. La oración nos abre la puerta del diálogo íntimo con Dios, y eso es lo realmente importante.
Y si hablamos de ayuno, hemos de aplicarle parámetros similares. Éste sólo queda justificado en función de los dos primeros; si responde a una preocupación exquisita por las necesidades del prójimo y por los valores del Reino, reconocidos en la intimidad de la oración. Solidarios con quienes han de ayunar con frecuencia y no voluntariamente.
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